Una historia de agua y vino

Una historia de agua y vino

 

Galicia tiene alma de agua. Se ve en el musgo que puebla las paredes de piedra, en el murmullo que los regatos dejan en sus bosques y en la fertilidad de sus campos. Esta alma se alimenta de una red 10.000 ríos, riachuelos, lagunas y aguas subterráneas que cubren todo el territorio y dotan de un carisma especial a todo lo que contiene. Y, aunque todos ellos son importantes  para que esta red se mantenga, hay un cauce que destaca  entre todos los demás: el del Miño. Testigo directo de  multitud de capítulos de nuestra historia, guarda en sus orillas y en sus ribeiras la esencia ancestral de Galicia, el peculiar modo de vida de sus gentes y las leyendas sobre seres mitológicos que han sobrevivido a lo largo de los siglos.

 

El paisaje agreste y heterogéneo que presenta el noroeste de la  Península tiene su origen en la Orogenia Alpina que hizo surgir la Cordillera Cantábrica. Las tierras de lo que hoy en día es el centro de Galicia se fragmentaron en varios bloques que quedaron a distintas alturas y que provocaron que muchas cuencas fluviales tuviesen que cambiar su recorrido e incluso el sentido de su curso. En tierras lucenses muchos cauces se vieron obligados a verter su caudal hacia el interior de la provincia, generando entre todos ellos esta gran corriente de agua que les permitió llegar al mar.

 

 Desde su nacimiento en Pedregal de Irima, en Meira, hasta su desembocadura en Camposancos, A Guarda, sus 343 km cruzan Galicia de noreste a suroeste desde hace 5 millones de años. En su recorrido alberga más de 20 comarcas naturales, pasa por tres provincias y forma parte de innumerables núcleos de población y dos capitales de provincia. Muchos gallegos tienen, por tanto, su lugar de origen en  el Miño o en sus cercanías, lo que lo convierte en uno de los más reconocidos signos de identidad de esta tierra. Su nombre probablemente proviene del indoeuropeo *mei- 'caminar, ir', dato que deja constancia de que forma parte de la vida de los habitantes de estas tierras desde tiempos inmemoriales.

 

Imitando a las criaturas mitológicas que pueblan sus orillas y recodos, durante sus primeros kilómetros se esconde del ojo humano y discurre silencioso por el subsuelo. Tanto es así que hasta hace poco tiempo se creía que su lugar de nacimiento era Fonmiñá, en A Pastoriza,  que es el lugar en el que sale a la superficie tras ese paseo subterráneo. A su paso por la Terra Chá , el pequeño arroyo que serpenteaba  por las montañas del norte lucense ofrece ya un aspecto mucho más robusto y amplio. Un aspecto similar al que presenta en su tramo final, en el que sirve de frontera natural con Portugal y en el que la anchura de su cauce va aumentando a medida que se aproxima al mar.

 

En su parte media, sin embargo, muestra una cara totalmente distinta. Tras dejar atrás Lugo su cauce se va encajando progresivamente entre enormes formaciones graníticas que van de los 200 metros de desnivel en  Portomarín a los 400 en Os Peares. Este es el Miño de la Ribeira Sacra. La agreste orografía y la rotundidad del río dibujan durante varios kilómetros una sucesión interminable de meandros: los Cañones del Miño, el lugar en el que el Miño guarda su alma de viticultor. Uno de esos meandros se ha convertido en la imagen por antonomasia de la Ribeira Sacra: O Cabo do Mundo. Es una península en la que el río forma una curva de 360º y que aglutina todas las características que han hecho de esta tierra candidata a ser Patrimonio de la Humanidad: la extraordinaria belleza del paisaje, el románico, la viticultura y un patrimonio enológico profundamente condicionado por sus peculiares circunstancias físicas e históricas. Desde el mirador de A Cova se obtienen unas vistas excepcionales de todo el enclave.

 

Gracias a los cañones del Miño y del Sil la Ribeira Sacra posee un microclima que le proporciona unas características mediterráneas a un ámbito de claras tendencias atlánticas. La profundidad de los cañones y el efecto termorregulador de las grandes corrientes fluviales hace que las temperaturas medias sean superiores a las de las otras comarcas de la Galicia interior y que el índice de pluviosidad sea menor que la media de Galicia. De hecho, la temperatura en las riberas del Miño durante el verano se encuentra habitualmente entre las más altas de la península. Este microclima, junto con la composición de los suelos, son factores determinantes en la relación de esta tierra con la viticultura.

 

Los vestigios arqueológicos nos hablan de vida humana en la Ribeira Sacra desde la prehistoria, lo cual nos sugiere que sus múltiples atractivos no pasaban inadvertidos ya en aquellos lejanos tiempos. Las primitivas poblaciones de condición nómada que perseguían a las manadas de mamíferos, ya estaban familiarizadas con el Miño, con su abundante pesca, con los frutos silvestres que crecían en sus orillas y con el refugio que  ofrecían sus cañones. Miles de años después, el desarrollo de la agricultura permitió a esos pueblos abandonar la vida nómada. A partir del año 800 a.n.e. por todo el noroeste peninsular  surgen unas construcciones fortificadas en lo alto de laderas y acantilados: los castros. Son poblados de planta circular formados por viviendas también circulares y protegidos por una muralla. Se integraban totalmente en el entorno aprovechando los accidentes geográficos para mejorar las defensas y hacerlos, en muchos casos, inexpugnables. Estas peculiares construcciones dieron lugar al término castrexo con el que se nombra tanto a los habitantes de los mismos, como a la cultura que se desarrolló en estas tierras durante los siguientes mil años: la cultura castrexa. Esa dispersión en pequeños núcleos de población por todo el territorio sigue siendo, 3.000 años después, uno de los rasgos más característicos de la sociedad gallega.

 

Candaz, Marce o Arxeriz, situados todos ellos en las escarpadas laderas del Miño, son recuerdos eternos de aquellos tiempos.  Pueden visitarse las excavaciones del Castro de Arxeriz, que se encuentran dentro del recinto  del Ecomuseo del mismo nombre, muy cerca de Adegas Moure. Os animamos a que lo hagáis, tanto por las excavaciones en sí como por el interesante contenido del museo, en el que podréis acercaros a las tradiciones de la Ribeira Sacra en general y del Miño en particular, y admirar, entre otras curiosidades, una muestra de embarcaciones típicas de la zona que es  una auténtica maravilla.

 

Los habitantes de los poblados castrexos del Miño  obtenían en las inmediaciones del mismo prácticamente todo lo que necesitaban para vivir. Sus aguas les daban pesca en abundancia (hay varios lugares en sus orillas con el nombre de Pesqueiras ), su microclima hacía posible que pudiesen obtener alimentos de la tierra prácticamente durante todo el año, las manadas de mamíferos seguían acudiendo a beber a sus orillas, los frondosos bosques circundantes les proporcionaban toda la madera que pudiesen necesitar tanto para sus construcciones como para calentarse en invierno y, además, sus laderas más insoladas se revelaron como  especialmente adecuadas para la agricultura, aunque su elevada inclinación complicaba mucho las labores.

 

La metalurgia fue también un recurso importante para muchos de esos poblados. La abundancia de estaño, cobre, oro y hierro, entre otros, y la llegada progresiva de técnicas provenientes del resto de Europa, propiciaron la existencia de una rica orfebrería. Los castrexos que habitaban las riberas del Miño lavaban sus aguas para extraer las pepitas que viajaban en su cauce. Con esas pepitas se fabricaban luego, entre otras piezas, los icónicos torques castrexos. Los metales y la estratégica ubicación de Galicia en el Atlántico casi forzaron su entrada en las grandes rutas comerciales marítimas europeas. Pueblos del sur de la península, del atlántico norte, fenicios y cartagineses, mantienen contactos comerciales con los castrexos en los siglos anteriores a la romanización. Por supuesto, también existía un comercio terrestre, pero en unos tiempos en los que el viaje al centro de la península podía durar semanas mientras que importantes centros comerciales como Cádiz o Cardiff  estaban a sólo 4 días de navegación, el mar ofrecía  claras ventajas. El río Miño se vio surcado de embarcaciones de todo tipo. Además de los múltiples “pasos” que existían entre ambas orillas ante la ausencia de puentes, mercancías de todo tipo se desplazaba por sus tramos navegables convirtiéndolo en una de las principales arterias de la vida económica  del interior galaico.

 

Así estaban las cosas en Galicia cuando los romanos llegaron a las costas mediterráneas en el s.III a.n.e. Los dos siglos que duró la conquista la convierten en la más larga de las que llevó a cabo el Imperio en territorio Europeo y, sin duda, una de las más costosas.  Si bien las costas mediterráneas y, en cierta manera, el interior, sucumbieron sin demasiada resistencia al invasor, a medida que avanzaban hacia el norte aumentaba la oposición que mostraban los habitantes. Tanto es así que el último territorio conquistado fue la tierra de los castros y el último gran río ibérico que anexionó Roma fue el Miño.

 

Las tierras galaicas, que se extendían desde el norte del río Duero hasta el mar Cantábrico, estaban cubiertas de un halo de misterio para los supersticiosos legionarios romanos. Muchos lo identificaban con los confines de la tierra y pensaban que no podían conquistarlo sin pagar por ello un alto precio. No fue hasta el año 137 a.n.e. que intentaron la primera incursión militar en tierras galaicas. Decimo Junio Bruto, motivado por las victorias conseguidas sobre algunas poblaciones al norte del Duero, decide continuar hacia el norte siguiendo la línea de la costa.  Pero cuando se encontraron frente el río Limia, que desemboca unos kilómetros al sur del Miño, la mencionada superstición de  los romanos entró en escena.  Según los cronistas, los legionarios identificaron su cauce con el del Lethes, el río del olvido de la mitología romana. El miedo provocó que los legionarios se negasen a cruzar a la otra orilla y que el propio Bruto, con el estandarte de la legión en alto, cruzase el río en primer lugar arengando a sus soldados a hacer lo mismo desde la otra orilla. Las legiones continuaron su avance, pero poco tardaron en truncarse nuevamente sus planes. A pocos kilómetros del Limia fue el Miño el que se cruzó en su camino. Cuentan que en las proximidades de su desembocadura, una visión hizo que sus miedos regresasen multiplicados: los legionarios vieron espantados cómo el océano Atlántico se tragaba al sol. Probablemente para muchos  de ellos fuese su primer atardecer ante el mar  y vieron en este hecho una señal de los dioses del castigo que les esperaba  por haberse adentrado en estas tierras.  Algunas fuentes apuntan que los bráccaros intentaban cortar las vías de comunicación y transporte de suministros de las bases romanas del Tajo, lo que podría haber precipitado su regreso.  Otras fuentes cuentan que Bruto se encontró con este hecho ya de regreso en al Duero. Fuese como fuese, la campaña militar en tierras galaicas tuvo que esperar otros 70 años.

 

Fue Julio César el que consiguió entrar en el interior galaico, pero para ello renunció a realizar un despliegue terrestre desde el sur. Prefirió embarcar sus tropas y atracar en Brigantium, A Coruña, y lanzar desde allí la ofensiva definitiva por tierra. Se alejaba de este modo de las tierras del Miño que tanto temor habían infundido en los hombres de Bruto. En pocos años, Gallaecia se convertiría en provincia romana.

 

A pesar de que la esencia castrexa nunca desapareció, con los romanos se produjo una profunda transformación en la Ribeira Sacra. Se modernizaron la agricultura y la arquitectura y las nuevas técnicas mineras permitieron la extracción masiva y el consiguiente saqueo durante siglos de los minerales galaicos. De hecho se considera que la Gallaecia fue una de las minas más importantes del Imperio y una inagotable fuente de financiación para sus campañas militares y sus grandes monumentos y edificios. Pero, como para compensar el expolio, los romanos hicieron que la simiente de la viticultura germinase en unas tierras que parecían predestinadas a ese uso. El vino era imprescindible para ellos. Todas las clases sociales lo consumían en abundancia y los toneles incluso acompañaban a las legiones en sus desplazamientos. Si no había vino en las tierras que iban conquistando, lo importaban desde otros lugares. No sabemos a ciencia cierta que la vid ya se cultivase con anterioridad, lo que sí que se cree es que al menos había especies silvestres en las riberas. En cualquier caso, parece que fueron los romanos los que iniciaron su cultivo en las laderas mejor orientadas para abastecer a sus hombres y comerciar con los excedentes y nos consta que acondicionaron grandes superficies para este fin. Con la romanización se modernizaron y mejoraron las antiguas comunicaciones terrestres castrexas. Vías principales y secundarias unían las nuevas poblaciones romanas entre ellas, así como con otros núcleos de población y con los puertos marítimos.  Una vez más, sus orillas dieron alimento, cobijo, recursos económicos y posibilidad de transporte a sus nuevos habitantes. Teniendo en cuenta que el transporte por mar seguiría siendo durante muchos siglos más rápido que el terrestre, no nos cabe duda de que fueron muchos los bienes de todo tipo que surcaron sus aguas durante los cinco siglos que duró la presencia romana en Hispania.

 

Pero en el s.V, las cosas cambiaron. Los pueblos del norte, comúnmente llamados “bárbaros”, cruzaron los límites del Imperio en su huída de los Hunos. La dificultad de defender unas fronteras tan extensas y las sucesivas crisis internas políticas y sociales, provocaron la decadencia de la mayor civilización que había existido jamás en Europa.

 

Suevos, visigodos y musulmanes ocupan sucesivamente estas  tierras a lo largo de los siglos posteriores. Fueron siglos de inestabilidad política y de acciones bélicas, en la que los escarceos y el pillaje fueron la constante durante largos períodos. Las vías de comunicación y el comercio sufren un deterioro paulatino, la producción agrícola y ganadera se enfocan al autoconsumo y la población se empobrece. Los musulmanes, aunque pasaron fugazmente por tierras galaicas, llegaron a conquistar Tuy y establecieron una base en el valle bajo del  Miño pero, pese a su conocida debilidad por las corrientes de agua y su habilidad para manipularlas, a penas dejaron huellas significativas en la tierra de los 10.000 ríos. Cada uno de esos pueblos dejó su huella de alguna manera: locativos, herramientas, arte … pero fueron los siglos siguientes, los de la Edad Media, los que acabaron de conformar la personalidad de la Ribeira Sacra.

 

La grandiosidad y belleza de las laderas de bancales infinitos tiene su origen en unos pocos eremitas que desde el s.V fueron instalándose por las riberas. A partir de esas comunidades primitivas surge,  con la lentitud que se presupone a la vida monástica, la Ribeira Sacra que hoy tenemos ante nuestros ojos. A medida que los reinos cristianos y la estabilidad política se iban asentando, estos centros religiosos fueron ganando en poder e importancia. El anuncio de la aparición de los restos del Apóstol Santiago en el año 829 supuso el empujón definitivo al resurgir cultural y económico.  Los peregrinos empiezan a cruzar tierras gallegas desde todos los puntos y en todos los sentidos. El camino más conocido y transitado de los muchos que llegan a Santiago, el Camino Francés, tras dejar atrás el mítico puerto de montaña de Pedrafita do Cebreiro en los Ancares lucenses,  se introduce en la Ribeira Sacra y cruza el Miño en Portomarín. También el Camino de Invierno transcurre por estas tierras. Surgió para evitar las duras condiciones invernales de las montañas bordeándolas por el sur y adentrándose en tierras galaicas aprovechando el recorrido del río Sil. Las etapas de este Camino que discurren por la Ribeira Sacra son una interesante manera de conocerla de primera mano.  El tramo  que transcurre por las riberas del Miño ya fue usado en su momento por los romanos como vía secundaria  y se adentra en ellas por Fión, O Saviñao, muy cerca de A Cova y de nuestra bodega. Desde Diomondi, que cuenta con una interesante iglesia románica, empieza un empinado descenso entre muras de todas las épocas, bosques y algunas viviendas que salpican las laderas hasta llegar a Belesar, un peculiar pueblo que parece fundirse con el Miño y que ayudará a entender al visitante la curiosa simbiosis que se produce entre el hombre y la naturaleza en estas tierras.

 

Al igual que para los romanos, el vino era un producto de primera necesidad para los monjes, pero por motivos más “espirituales”: el vino sustituye a la sangre de Cristo en uno de los momentos culminantes de los ritos cristianos. Pero su consumo no se limitaba al ceremonial religioso. Formaba parte de la  dieta habitual de los monjes y de prácticamente la totalidad de la población. Peregrinos y mercaderes, caballeros y campesinos, acompañaban sus comidas de vino. También era habitual usarlo como antiséptico y, por supuesto, como  condimento. La demanda aumentaba progresivamente, así que el Miño decidió recurrir al humano para que sacase al bodeguero que llevaba dentro. A cambio de poder sentir las raíces de las vides creciendo en sus riberas, les dio el mejor alimento. A cambio de cubrirse en otoño con el manto dorado de sus hojas, las protegió del frío en invierno. A cambio de ver surgir en sus riberas cada año los codiciados frutos, aceptó entregarlos al final de cada verano. Y a cambio de que ese proceso se siguiese repitiendo a lo largo de los años, aceptó que sus mejores laderas fueran manipuladas por el hombre para posibilitar su cultivo. Claro que eso no quiere decir que se lo pusiese fácil … Trabajar esas tierras agrestes, sacar el fruto de esas viñas de enormes pendientes, es un trabajo complejo y duro que apenas ha visto avances técnicos en los últimos siglos. La orografía no lo permite. Las estrechas terrazas en las que se alinean las cepas descienden en vertiginosa pendiente hacia el río. Los trabajos que en ellas se llevan a cabo requieren de grandes dosis de destreza, equilibrio y fuerza. Las riberas entregan sus frutos, pero el humano realiza grandes sacrificios para obtenerlos. Las extremas condiciones en las que se lleva a cabo hacen que esta viticultura reciba, sin que sea exagerada, la calificación de heroica.

 

De la Edad Media proviene también otro peculiar y distintivo rasgo de la Ribeira Sacra: la extraordinaria abundancia de arte románico. Monasterios e iglesias de magnífica obra empezaron a surgir entre las vides, encajados en los bancales, desafiando a la gravedad  para obtener unas espectaculares vistas.

 

A la actividad diaria del río no le afectaron en gran manera ni la inestabilidad política de esos siglos ni los cambios que trajeron. Durante toda la Edad Media el Miño mantuvo sin variaciones significativas las mismas rutinas tanto en sus orillas como en su corriente.

 

Pero con el fin del Medievo, la Ribeira Sacra se sumió en una progresiva decadencia. Una sucesión de circunstancias y hechos fatales provocaron el desmantelamiento  de la estructura social y del día a día de sus gentes. Los Reyes Católicos fueron los principales responsables de esto ya que la reforma religiosa que impulsaron redujo sustancialmente el número de monasterios, figuras fundamentales en la economía de las gentes del Miño. Y esto fue sólo el principio… El comercio con el Atlántico se vio interrumpido y, para colmo, Galicia quedó fuera de las rutas comerciales de las Indias. La sociedad gallega en su totalidad entra en una profunda crisis que se alarga durante los siglos siguientes hasta que, hartos de hambre y penurias, los gallegos inician un éxodo masivo a América que empieza en el siglo XVIII y se prolonga durante más de dos siglos. Miles de imágenes guardará para siempre el Miño en su retina de otros tantos miles de emigrantes que abandonaban con tristeza su tierra mientras, también con tristeza, sus seres queridos los despedían en la otra orilla. Años en los que las gentes se iban con su morriña a cuestas mientras el Miño se iba quedando solo. Y, una vez más, se dispuso a esperar tiempos mejores con sus secretos guardados entre sus meandros.

 

El siglo XX despierta al Miño del letargo. El tren hizo su aparición y, acompañando en varios tramos su cauce, estimuló el comercio de la Galicia interior, tan necesitada de fuentes de ingresos al haber  quedado fuera del despegue industrial que se produjo en la costa. A mediados de siglo el río sufre por primera vez en su existencia cambios importantes en su cuenca:  con el fin de aprovechar la potencia de su caudal, uno de los mayores de España, se construyen varias centrales hidroeléctricas. En la Ribeira Sacra se encuentran la de Os Peares, construida en los años 50, y la de Belesar, en los 60. Su  construcción generó puestos de trabajo y permitió el desarrollo en la zona de una red eléctrica. Pero también supuso un importante golpe sentimental para todos los que se vieron obligados a ver cómo el agua embalsada se tragaba poco a poco sus recuerdos y su antigua vida. Porque debajo de las aguas del Miño quedaron muchas poblaciones que hubo que evacuar para la construcción de los embalses. Los restos de algunas de ellas todavía pueden verse cuando desciende el nivel de las aguas. El documental Asolagados, de David Vazquez, recoge algunas de estas historias.

 

 En el año 1.965, poco después de la construcción de la presa de Belesar y muy cerca de la misma, sus riberas quedaron para siempre también ligadas a otra historia, la de O Piloto, último guerrillero español de la lucha antifranquista que murió abatido por la Guardia Civil.

 

En 1.958 se produce un hecho que, si bien con toda probabilidad fue más importante para nosotros que para el Miño, sí que  contribuyó en cierto grado a que los secretos que guardaba celoso volviesen a asomar tímidamente: José Moure funda Adegas Moure, materializando así el vínculo que durante generaciones había existido ya entre el Miño y nuestra familia.

 

Durante las siguientes décadas el interés por la viticultura renace lentamente. Tanto en la cuenca del Miño como en la del Sil aparece una nueva generación de bodegueros que pone sus esfuerzos en que sus caldos transmitan el terroir de estas  tierras. José Moure hijo y Evaristo Rodríguez, actual gerente, fueron dos de ellos. El primer premio que  conseguimos, el Acio de Ouro de la Cata Xacobeo en el año 1993, fue al mismo tiempo un reconocimiento al trabajo que llevaron a cabo nuestros progenitores y una motivación para seguir por el mismo camino. En el año 1.997 los esfuerzos de todos esos bodegueros y cosecheros fructifican con la creación de la Denominación de Origen Ribeira Sacra.

 

Hoy en día, sobre sus bancales  medievales conviven 3.000 años de historia. Vestigios de todas las épocas forman parte del día a día de sus vecinos y las xacias siguen vivas en sus recodos.

 

A pesar de todos los avatares de la historia y de todas las historias vividas a lo largo de la suya  propia, la población de la Ribeira Sacra, siguiendo el ejemplo de sus ríos, vive en el presente y mira hacia el futuro pero sin descuidar nunca el pasado que les hizo ser como son. 

1 Comentario

Eduardo · 10 abril, 2020 - 12:04

Buena iniciativa este blog ahora q dure....me cuesta un poco en gallego pero se entiende la mayoría

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